21 de abril de 2014

NO ES CHAVEZ, NI CORREA, NI CRISTINA: ES EVO

La mirada chilena a Bolivia suele pecar de simplista. Para nosotros, el problema marítimo no es más que un recurso que emplean los gobiernos de ese país cuando están en problemas y necesitan distraer la atención pública. La presentación en La Haya de esta semana se explicaría por el deseo de Evo de ser reelecto en octubre. Además, como el resto de los presidentes de Unasur, es un populista, lo que explicaría sus extravagantes pretensiones.

Estas explicaciones tienen un grave inconveniente: son falsas. Con o sin demanda, nadie duda de que Evo Morales será reelegido, al menos por dos razones que, sumadas, transforman a un político en imbatible: es muy querido por su pueblo y en general ha sido un buen presidente. Otros hablarán de los aspectos jurídicos de la demanda. A mí me interesa mostrar el fenómeno político de Evo Morales, que ha pasado inadvertido a buena parte de los chilenos, lo que nos puede deparar algunas amargas sorpresas.

Lo que Evo no es

Evo no es Chávez ni Maduro. Es un hombre acostumbrado a la austeridad, que mantiene las cuentas de su país en perfecto orden. Bolivia es un país pobre, pero está progresando a buen ritmo. De hecho la extrema pobreza se redujo a la mitad entre 1999 y 2011. No ha endeudado al país, no ha aumentado la inflación, se ha creado mucho empleo, y ha multiplicado por tres el presupuesto para las universidades. En el campo político, la oposición puede expresarse libremente. A diferencia de Venezuela, Evo logró desarticular unas presuntas pretensiones independentistas de Santa Cruz con astucia política, sin recurrir a los apaleos, las prisiones arbitrarias o las torturas (en el peor de los casos se le podría imputar la muerte de tres supuestos terroristas de derecha, en un episodio que todavía no se ha clarificado por completo).

Su relación con el chavismo es sencillamente genial. Recibió millones de petrodólares y un buen número de asesores. El dinero lo gastó en obras públicas; a los asesores los escuchó, pero no les hizo el menor caso, tanto que al final volvieron a Caracas. En los foros internacionales mantiene una retórica chavista, pero en casa hace todo lo contrario. Astucia altiplánica.

Evo no es Correa. En Bolivia todavía hay prensa libre. Basta con leer "Página Siete" para ver que se puede criticar a los gobernantes sin temer demandas o la asfixia económica. El régimen ha dado algunos pasos preocupantes, pero no está al nivel de Ecuador, como algunos pretenden hacernos creer.

Evo no es Cristina. La oposición le critica el elevado gasto público, pero omite dos detalles importantes: el primero es que, por el auge de los precios de las materias primas, el Estado ha incrementado sus ingresos de manera exponencial, de modo que, a diferencia de la Sra. K, no está gastando dineros que no tiene. El segundo matiz que hay que hacer es aún más importante: Evo no gasta el dinero fiscal en subsidios para desempleados sino en obras públicas que están a la vista de todos.

También es interesante la forma de gastar los dineros que recauda el Estado, pues no lo hace de manera centralizada, sino que, tomando una idea de los gobiernos neoliberales, les entrega grandes recursos a las comunidades. Este sistema tiene muchas ventajas: disminuye la corrupción, ya que esas comunidades están ligadas por vínculos familiares y de vecindad, y permite atender necesidades muy variadas en un país que tiene tal diversidad que resulta utópico administrarlo de manera completamente centralizada.

¿Qué es Evo?

La derecha boliviana todavía se pregunta qué pasó, por qué perdió el poder. Todos los números indicaban que Sánchez de Lozada había hecho un buen gobierno, pero en las elecciones de 2005 un campesino indígena sacó el 54% de los votos, contra todas las encuestas.

Evo supo interpretar en el momento preciso el flujo de la historia boliviana. No se trata sólo de la reivindicación de lo indígena, en un país donde hace cien años a los indios ni siquiera se les permitía entrar al centro de La Paz. Morales supo ver que la apuesta tradicional de la izquierda boliviana, que ponía sus esperanzas en los obreros, no era aplicable a un país eminentemente campesino. Evo representa al mundo rural, que está no solo en el altiplano, sino que compone un enorme porcentaje de la población urbana, a través de los inmigrantes.

Su postura no es la propia de la izquierda lastimera y quejumbrosa, típica de otras naciones latinoamericanas. Él le ha devuelto la dignidad al indio, al campesino. Ha reivindicado el pasado, incluida la justicia comunitaria tradicional. A diferencia de otros países, hoy en Bolivia constituye un motivo de orgullo el ser aimara o pertenecer a las demás etnias originarias.

Una de las características de su estilo de gobierno es la cercanía a la gente y su capacidad de trabajo. A las 5 de la mañana ya está en el Palacio Quemado, pero una vez que ha despachado los asuntos del día parte a terreno. Llega a los lugares más recónditos y casi no hay boliviano que no pueda decir: "yo lo vi", "yo saludé al Presidente".

Escribir con las dos manos

Un sociólogo boliviano de izquierda decía: "nosotros hemos aprendido que el enfrentamiento frontal con los sistemas dominantes sólo lleva a la derrota, por eso hemos desarrollado la capacidad de escribir con ambas manos: una representa la lógica de la identidad, la otra es la lógica del mundo moderno".

Escribir con ambas manos: esta parece ser la clave del fenómeno Morales. Su discurso tiene elementos de marxismo, pero dudo que haya un lugar donde la economía de mercado funcione de manera más pura que en El Alto, la ciudad vecina a La Paz, que con sus 850.000 habitantes tiene 11.000 pymes y constituye toda ella un mercado en permanente actividad. Pero no es el mercado de los liberales, compuesto por individuos aislados, carentes de vínculos de solidaridad. Es un mercado comunitario. El Alto es un notable ejemplo de autoorganización, donde las juntas de vecinos y otras agrupaciones comunitarias tienen un enorme poder, un poder tan grande que hizo trizas el predominio neoliberal y llevó a Evo Morales al Palacio Quemado.

El sincretismo se ve en su modo de entender la economía, la religión y el mundo. No se le ocurre estatizar todo, pero el Estado controla ciertas áreas estratégicas; hay muchas empresas extranjeras, pero les ha exigido condiciones muy favorables para el país. Gran parte de los adherentes al MAS, su partido, son católicos, pero no tienen inconveniente alguno para hacer ofrendas a la tierra e invocar a sus dioses ancestrales. No por casualidad casi todos los bolivianos son bilingües, lo que calza muy bien con esta habilidad para tocar en dos registros.

El "Evosistema" tiene, sin embargo, algunos puntos débiles. Está concebido por y para el altiplano, por lo que excluye al resto del país. En su discurso se aprecian ciertos componentes que podrían ser calificados de racistas. Su control de la judicatura es total. La justicia comunitaria, que tanto ha impulsado, puede ser muy peligrosa. Es frecuente ver en El Alto y otras localidades letreros que dicen cosas como "Ladrón pillado será colgado". Esto puede ser muy eficaz, de hecho permitió que el país siguiera funcionando a pesar de una huelga policial que se prolongó por un mes, pero resulta difícilmente conciliable con las exigencias de la dignidad humana. También se aprecia un creciente culto a la personalidad y un exagerado antichilenismo.

En materia de salud no ha conseguido elevar significativamente la cobertura ni la calidad; en educación, sus aliados trotskistas manejan la educación pública; es implacable con sus adversarios políticos, a quienes paraliza con juicios de toda índole. No construye una democracia, pero tampoco la destruye: no es un tirano.

Todo esto nos muestra un panorama muy complejo, pero los chilenos haríamos bien al tomar nota de él. En efecto, nuestra contraparte en el nuevo caso ante La Haya no tiene nada que ver con la imagen que nos hemos formado de ella; es un país que está creciendo y que ha adquirido una peculiar conciencia de su identidad. Hoy reivindica una salida al mar no por razones electorales o económicas, sino como parte de un proceso más profundo, que puede definirse como un intento de encontrar un camino propio que ponga fin a dos siglos de inestabilidad

17 de abril de 2014

Muere Gabriel García Márquez: genio de la literatura universal


Bajo un aguacero extraviado, el 6 de marzo de 1927, nació Gabriel José García Márquez. Hoy, día jueves 17 de abril de 2014, a la edad de 87 años, ha muerto el periodista colombiano y uno de los más grandes escritores de la literatura universal. Autor de obras clásicas como Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera, El coronel no tiene quien le escriba, El otoño del patriarca y Crónica de una muerte anunciada,fue el creador de un territorio eterno y maravilloso llamado Macondo.
 Nació en la caribeña Aracataca, un poblado colombiano, un domingo novelable a partir del cual el niño viviría una infancia a la que volvió muchas veces. Entró a la literatura en 1947 con su cuento La tercera resignación; la gloria le llegó en 1967 con Cien años de soledad, y su confirmación en 1982 con el Nobel de Literatura. Ahora, el ahijado más prodigioso de Melquiades se ha ido, para quedarse entre nosotros un hombre que creó una nueva forma de narrar; un escritor que con un universo y un lenguaje propios corrió los linderos de la literatura; un periodista que amaba su profesión pero odiaba las preguntas; una persona que adoraba los silencios, y con un encanto que cautivó a intelectuales y políticos, y hechizó a millones de lectores en todo el mundo.

Libros inolvidables

García Márquez ha vendido más de 40 millones de ejemplares en más de 30 idiomas.
Novelas: La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1957), La mala hora (1961), Cien años de soledad (1967), El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985), El general en su laberinto (1989), Del amor y otros demonios (1994), Memorias de mis putas tristes (2004).
Grandes reportajes: Relato de un náufrago (1970), Noticia de un secuestro (1996), Obra periodística completa (1999). Primer tomo de sus memorias, Vivir para contarla (2002).
Cuentos: Ojos de perro azul (1955), Los funerales de la Mamá grande (1962), La irresistible y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972), Doce cuentos peregrinos (1992).
Gabriel no iba a ser su nombre. Debió llamarse Olegario. Acababan de sonar las campanas dominicales de la misa de nueve de la mañana cuando los gritos de la tía Francisca se abrieron paso, entre el aguacero, por el corredor de las begonias: “¡Varón! ¡Varón! ¡Ron, que se ahoga!”. Y nuevos alaridos enmarañaron la casa. Una vez liberado del cordón umbilical enredado en el cuello, las mujeres corrieron a bautizar al niño con agua bendita. Lo primero que se les vino a la cabeza fue ponerle Gabriel, por el padre, y José, por ser el patrono de Aracataca. Nadie se acordó del santoral. De lo contrario, se habría llamado Olegario García Márquez.
Aquel domingo 6 de marzo de 1927, Aracataca celebró la llegada del primogénito de Luisa Santiaga y Gabriel Eligio. Fue el mayor de 11 hermanos, siete varones y cuatro mujeres. En realidad, para los cataqueros había nacido el nieto de Tranquilina Iguarán Cotes y el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, los abuelos maternos con quienes se crio hasta los diez años en una tierra de platanales bajo soles inmisericordes y vivencias fabulosas. Era un pelaíto en una casa-reino de mujeres, acorralado por el rosario de creencias de ultratumba de la abuela y los recuerdos de guerras del abuelo, el único hombre junto a él. ¡Ah! y un diccionario en el salón por el que entra y sale del mundo.
Diez años que le sirvieron para dar un gran fulgor a lo real maravilloso, al realismo mágico.
Los cuentos fueron para él ese primer amor que nunca se olvida, el cine los amores desencontrados y las novelas el amor pleno y correspondido.
De todos ellos, creía que la historia que no embolatará su nombre en el olvido es la de sus padres recreada en El amor en los tiempos del cólera.

Fue uno de los escritores más admirados y traducidos: más de 40 millones de libros vendidos en 36 idiomas
Son las vísperas de su vida.
Donde todo empieza... Amor y amores deseados, esquivos y de toda estirpe en sus escritos.
García Márquez, que será conocido por sus amigos como Gabo, vive un segundo tiempo cuando a los 16 años, en 1944, sus padres lo envían a estudiar a la fría, helada, Zipaquirá, cerca de Bogotá. Descubre sus primeros escritores tutelares, Kafka, Woolf y Faulkner.
El zumbido de la literatura y el periodismo lo rondan.

Como su Melquíades, Gabo creó un nuevo tiempo y espacio en el que coexisten en el mismo instante, y como uno solo, realidad e imaginación
Allí, en el frío del altiplano andino, lo sorprende el cambio de destino del país y el suyo. Estudia derecho, cuando el 9 de abril de 1948 es asesinado el candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán. Un suceso conocido como El bogotazo. Fue el antepenúltimo germen de un rosario de conflictos políticos y sociales, conocido como La violencia que habrán de germinar en sus obras.
Después de El bogotazo volvió a sus tierras costeñas con una mala noticia para sus padres: deja la carrera de Derecho. A cambio empieza en el periodismo. Primero en el periódico El Heraldo, de Barranquilla, entre otras cosas como crítico de cine bajo el seudónimo de Séptimus; luego en El Universal, de Cartagena de Indias, hasta volver a Bogotá, en 1954, a El Espectador, el diario que en 1947 había publicado, un domingo, su primer cuento.


García Márquez con una edición de 'Cien años de soledad' a finales de los sesenta / COLITA
Además de crónicas y reportajes escribía para las páginas editoriales y la sección Día a Día, en la que se daba cuenta de los hechos más significativos de aquella Colombia donde la violencia corría en tropel. En 1955 escribe la serie sobre un suceso que terminará llamándose Relato de un náufrago.
Ryszard Kapuscinski aseguró que, aunque lo admiraba por sus novelas, consideraba que “la grandeza estriba en sus reportajes. Sus novelas provienen de sus textos periodísticos. Es un clásico del reportaje con dimensiones panorámicas que trata de mostrar y describir los grandes campos de la vida o los acontecimientos. Su gran mérito consiste en demostrar que el gran reportaje es también gran literatura”.
Mientras trabaja como periodista escribe cuentos y no se desprende de una novela en marcha que lleva a todos lados, titulada La casa.
Ese mismo año aparece su primera novela, La hojarasca. Después viaja a Europa como corresponsal del diario bogotano y recorre el continente, e incluso los países de la “cortina de hierro”. En 1958 vuelve y se casa con Mercedes Barcha. Hasta que se instala en México DF, en 1961, donde hace vida con sus amigos, las parejas Álvaro Mutis-Carmen Miracle y Jomí García Ascot-María Luisa Elío (dos españoles exiliados de la guerra). Un día Mutis le da dos libros y le dice: “Léase esa vaina para que aprenda cómo se escribe”. Eran Pedro Páramo y El llano en llamas, de Juan Rulfo. Ese año publica El coronel no tiene quién le escriba.


El escritor durante la ceremonia de los Premios Nobel en Estocolmo en 1982
—“¿Fue tu abuela la que te permitió descubrir que ibas a ser escritor?”, le preguntó en los años setenta su amigo y colega Plinio Apuleyo Mendoza.
—“No, fue Kafka, que, en alemán, contaba las cosas de la misma manera que mi abuela. Cuando yo leí a los 17 años La metamorfosis, descubrí que iba a ser escritor. Al ver que Gregorio Samsa podía despertarse una mañana convertido en un gigantesco escarabajo, me dije: ‘Yo no sabía que esto era posible hacerlo. Pero si es así, escribir me interesa”.
La ecritura no le da para comer y trabaja en cine y publicidad. Llega 1965. Pronto terminarán cuatro años de sequía literaria. El embrión es La casa. Páginas que no terminan de coger forma. Hasta que un día, mientras viaja en un Opel blanco con su esposa Mercedes y sus dos hijos de vacaciones a Acapulco, ve clara la manera en que debe escribirla: sucedería en un pueblo remoto, y descubre el tono: el de su abuela que contaba cosas prodigiosas con cara de palo, y la llenaría de historias: las contadas por su abuelo en la Guerra de los Mil Días de Colombia. Y el comienzo de la novela: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Ha sido el soplo divino de Kafka, Faulkner, Sherezada, Rulfo, Verne, Woolf, Hemingway, Homero… y sus abuelos Tranquilina y Nicolás.
Da media vuelta y regresa en el Opel blanco a su casa de San Ángel Inn, en México DF.
Una vez llega, coge sus ahorros, 5.000 dólares, y se los entrega a su esposa para el mantenimiento del hogar mientras se dedica a escribir. La Cueva de la Mafia es la habitación de su casa donde esa primavera se exilia con la enciclopedia británica, libros de toda índole, papel y una máquina Olivetti. Vive y disfruta ese rapto de inspiración al escribir hasta las ocho y media de la noche al ritmo de los Preludios de Debussy y Qué noche la de aquel día de los Beatles.
En otoño el dinero se acaba y las deudas acechan. García Márquez coge, entonces, el Opel y sube al Monte de Piedad a empeñarlo. Es una nueva tranquilidad para seguir escribiendo, aumentada por las visitas de sus amigos que les llevan mercaditos.
Al llegar el invierno de 1965- 1966 pone un punto y aparte, y llora, llora como ni siquiera en sus novelas está escrito. Tenía 39 años Gabriel García Márquez cuando, esa mañana de 1966, salió de La Cueva de la Mafia, atravesó la casa y se derrumbó en lágrimas sobre la cama matrimonial como un niño huérfano. Su esposa, al verlo tan desamparado, supo de qué se trataba: el coronel Aureliano Buendía acababa de morir. Era el personaje inspirado en su abuelo Nicolás.
Muere orinando mientras trata de encontrar el recuerdo de un circo, después de una vida en la que se salvó de un pelotón de fusilamiento, participó en 32 guerras, tuvo 17 hijos con 17 mujeres y termó sus días haciendo pescaditos de oro.
Un duelo perpetuo para el escritor que, el 5 de junio de 1967, ve recompensado al saber que esa historia comandada por el coronel, bajo el título de Cien años de soledad, inicia su universal parranda literaria en la editorial Sudamericana, de Francisco Porrúa, en Buenos Aires. Todos quieren conocer la saga de los Buendía.
La novela impulsa la universalización del boom de la literatura latinoamericana. “Verdaderamente fue a partir del triunfo escandalosamente sin precedentes de Cien años de soledad”, afirmaría José Donoso en Historia personal del boom.
En medio de la algarabía, García Márquez se va a vivir a Barcelona donde afianza su amistad con autores como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar. El éxito es rotundo y trasciende a otros idiomas. Luego empieza a escribir El otoño del patriarca (1975) como un ejercicio para quitarse de encima la sombra de su obra maestra. Para entonces ya es muy activo con la causa cubana y está más presente en Colombia. En 1981 publica Crónica de una muerte anunciada.
La noticia del Nobel lo sorprende en México en 1982. En la frontera del amanecer del 10 de octubre el teléfono lo despierta. Con 55 años se convierte en uno de los escritores más jóvenes en recibir el máximo galardón de la literatura. En diciembre rompe con la tradición al recibir el premio vestido con un liquiliqui, una manera de rendir homenaje a su tierra costeña y compartirlo con su abuelo Nicolás que usaba trajes así en el ejército. Una ausencia que acompañó al escritor desde los 10 años, cuando este murió, y convirtió en incompletas todas sus alegrías futuras, por el hecho de que el abuelo no las sabía, escribe Dasso Saldívar en la biografía Viaje a la semilla.
Tres años después culmina la historia de sus padres: El amor en los tiempos del cólera. Siguen El general en su laberinto (1989) y Del amor y otros demonios (1994).
Hace realidad uno de sus sueños, en Cartagena de Indias: la creación de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano y se une a otros proyectos informativos. Son los años de su vuelta al periodismo. Al principio de todo.
En 1999 le detectan un cáncer linfático. Todo ello mientras termina de escribir sus memorias, Vivir para contarla, a las que cuando puso punto final se topó con la muerte de su madre, Luisa Santiaga Márquez Iguarán. Un domingo lo trajo ella al mundo; y un domingo lo dejó ella. Fue la noche del 9 de junio de 2002. Dos años más tarde escribe su última creación: Memoria de mis putas tristes.
Sus recuerdos empiezan su peregrinación.
Hasta que se han ido del todo al encuentro de los Buendía.
Y de no haber sido escritor, lo que realmente hubiera querido ser Gabriel García Márquez también tiene que ver con el amor, presente en todas sus obras. Lo supo hace muchos en Zúrich cuando una tormenta de nieve tolstiana lo llevó a refugiarse en un bar. Su hermano Eligio recordaría cómo él se lo contó:
—“Todo estaba en penumbra, un hombre tocaba piano en la sombra, y los pocos clientes que había eran parejas de enamorados. Esa tarde supe que si no fuera escritor, hubiera querido ser el hombre que tocaba el piano sin que nadie le viera la cara, solo para que los enamorados se quisieran más”.
Entre realidades, deseos, sueños, alegrías, agradecimientos, imaginaciones y, sobre todo, por el paraíso irrepetible de su lectura, Gabriel García Márquez está ahora en el mismo lugar donde él llevó a Esteban en su inolvidable cuento El ahogado más hermoso del mundo, después de que a la gente del pueblo “se le abrieran las primeras grietas de lágrimas en el corazón”… Porque una vez comprobado que había muerto “no tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás”… El rumor del mar trae la voz del capitán de aquel barco, que en 14 idiomas, dice señalando al mundo, por encima del promontorio de rosas amarillas en el horizonte del Caribe: “Miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas; allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia donde girar los girasoles; sí, allá, es el pueblo” de Gabriel García Márquez.

2 de abril de 2014

CALLE 13 EL AGUANTE!!